Los niños crecen y dejan de ser niños para pasar por una etapa de transición entre la niñez y la edad adulta denominada adolescencia; etapa que se caracteriza por una serie de cambios rápidos tanto en el plano físico como en el estado emocional. Algunas manifestaciones de éstos pueden ser el mal genio, el retraimiento, la rebeldía y giros bruscos de humor.
Como el adolescente ya es capaz de pensar en el futuro, esto ocasiona muchas veces que se preocupe en exceso. Estas preocupaciones pueden estar relacionadas con su rendimiento académico, su apariencia, su nivel de popularidad y aceptación, ser punto de hostigamiento en el colegio, el consumo de alcohol o drogas, situaciones familiares, cuestiones medioambientales y sociales, etc.
Según la importancia que le dé a cada uno de estos aspectos, se podría incrementar su ansiedad, generando, en algunas ocasiones, cambios de conducta en forma brusca y descontrolada.
Otra característica para tomar en cuenta es la excesiva sensibilidad sobre sí mismo y sobre algunas situaciones que hacen que muestre conductas exageradas de alegría, frustración, cólera o tristeza. Por ejemplo, cuando le ha salido un pequeño “barrito” pero siente que es inmenso y que todos lo perciben igual que él, negándose, por ello, a salir. O cuando está convencido de no poder asistir a una fiesta con la misma ropa con la que ya lo vieron.
Poco a poco, conforme va alcanzando la madurez, consigue mayor estabilidad, orientándose más hacia al optimismo y la alegría, y dejando atrás los cambios bruscos de estado de ánimo y su tendencia a la tristeza y preocupación.
Su grupo de referencia ya no es la familia, sino sus amigos, con los cuales compartirá mucho más tiempo, por lo que estos tendrán mucha influencia en su forma de pensar y en sus costumbres. Como parte del proceso de desarrollo de su propia identidad, el adolescente necesita diferenciarse de los adultos y hasta enfrentarlos.
Esto puede generar distanciamiento de sus padres si no aceptan esta nueva situación o intentan controlarla con autoritarismo, en lugar de aprovechar para conocer mejor a sus amigos y sus familias. De aquí pueden surgir lazos amicales duraderos.
Muchas veces, también, los jóvenes expresarán sus sentimientos y emociones de forma explosiva y sin control. Los padres no podemos actuar “como adolescentes”, debemos ser pacientes y tratar de no alterarnos frente a esto, porque molestarnos y gritarles no resolverá el problema. Castigarlos sólo hará que se enojen más, muestren rebeldía y se sientan incomprendidos, abriendo una gran brecha entre padres e hijos.
Las manifestaciones de afecto y relación con los demás también sufren variaciones. Aquellos niños que abrazaban y besaban a familiares y amigos efusivamente, pueden convertirse en adolescentes muy ceremoniosos y distantes. Lo importante es que sepamos que estos cambios se dan en las formas de comunicar su afecto y no en la intensidad de este. Los adolescentes también necesitan atención y cariño; sólo debemos estar atentos a la forma en que se los podemos brindar.
En esta etapa, también se inician las primeras relaciones heterosexuales. Estas relaciones suelen ser de corta duración y son fuente tanto de alegrías como de tristezas. Es importante observar si existen periodos de tristeza muy largos o cambios emocionales excesivos. Estas señales pueden indicar problemas emocionales severos y precisan de la intervención de un especialista.
A veces los padres nos asustamos con la palabra “enamorado”, por el concepto que tenemos sobre la relación de pareja; pero este concepto no es el mismo que el de los adolescentes, sobre todo en los primeros años. Prohibir estas relaciones propiciará que nuestros hijos nos mientan y se encuentren con sus enamorados a escondidas, lejos de nuestra supervisión.
La mejor opción, en todos los casos, siempre será mantener la comunicación y la confianza. Se debe tener presente que este es un periodo de transición que no dura toda la vida, que lo que están buscando es autoafirmarse y que somos nosotros quienes les ofrecemos el modelo de cómo actuar y relacionarse como adultos.
Preguntas frecuentes de los padres:
Aunque le pregunto, mi hijo no me dice nada, y si le insisto, terminamos peleando. ¿Qué puedo hacer?
Los adolescentes dejan de hablar con sus padres; ahora sus interlocutores favoritos son sus amigos. Una de las cosas que pueden hacer los padres para propiciar la comunicación es compartir algunas actividades con ellos y aprovechar estos espacios de manera espontánea y natural. Buscar los temas que le interesan a su hijo adolescente e interesarse en estos, facilitará la comunicación. Por el contrario, esta se romperá si lo criticamos, a él o a sus amigos.
Recordemos que la manera de decir las cosas es tan importante como lo que se dice. Es preferible que cuando usted esté tenso o molesto, postergue la conversación con su hijo. Esta actitud es importante cuando se trata de situaciones difíciles o cuando ellos han transgredido alguna norma. Si el padre de familia se encuentra calmado, será mucho más fácil ver y tratar la situación sin que las emociones determinen las reacciones.
¿Qué puedo hacer para que mi hijo adolescente sea más responsable?
Los padres deben establecer límites y revisar con él lo que está permitido y lo que no, además de las consecuencias. Así, delegan parte de la responsabilidad y la decisión sobre su conducta al joven adolescente. Si este llega después de la hora acordada, perderá la confianza y los beneficios en una próxima salida.
Junto con los límites claros, los padres deben ser flexibles y permitir tomar algunas decisiones al adolescente. Por ejemplo, el fin de semana debe hacerse cargo de ordenar su habitación, ordenar su ropa, etc.; sin embargo, puede elegir hacerlo entre el viernes y el domingo. Esto ayuda a ir asumiendo responsabilidades.
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